En un club de cantera, los éxitos -y los fracasos, aunque éstos en menor medida- son cosa de todos. Siempre me ha parecido importante recordar de vez en cuando esta máxima (que suelo tenerla muy presente junto a la necesidad de ser agradecido por las ayudas/apoyos que uno/a recibe y/o ha recibido).
En ocasiones, no somos capaces de verlo así. No es extraño encontrarse con quienes se atribuyen de manera individual los éxitos. Suelen ser personas que, además, son incapaces de admitir errores y que ven todo aquello en lo que ellos/as no intervienen directamente como algo sin importancia o mal hecho. Incluso, son capaces de poner barreras a estas actuaciones simplemente porque no están… Se trata de personas que necesitan ser reconocidas día tras día. Venden lealtad, pero en realidad lo que hay es individualidad, orgullo y egoísmo.
Con un lenguaje algo sexista, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define la lealtad como “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”. En este sentido la lealtad se relaciona con la integridad y con la rectitud. En el ámbito de las organizaciones, se utiliza el término “lealtad organizacional”, para hacer referencia a una actitud caracterizada por el compromiso con la organización; normalmente se habla de un compromiso profundo.
No se trata del mero cumplimiento de la legalidad ni de los códigos internos de las organizaciones. Tiene que ver con la buena fe, aunque se diferencia de ella. La lealtad organizacional implica creer en la organización, tener sentimiento de pertenencia y ser generoso/a.
Normalmente las organizaciones persiguen la lealtad organizacional entre sus miembros. Ahora bien, también es cierto que la lealtad hay que ganársela. De alguna manera, la lealtad con una organización tiene sentido si en ella se satisfacen una serie de exigencias. La organización debe tener clara su identidad y su misión, respetar a sus miembros, estar abierta a la participación, ser transparente…
Pues bien, todo lo anterior es extrapolable a un club deportivo. Es cierto que, en este ámbito, el logro de la lealtad organizacional es más complicado que en otros. A veces esto es así porque nuestra visión es parcial o incompleta (así, por ejemplo, en muchas ocasiones los padres y las madres miramos solo desde la óptica de nuestros/as hijos/as, los/as entrenadores/as desde la de su equipo, etc…). O también porque no se dan circunstancias que favorecen la lealtad (no hay proyecto, no hay respeto…).
Lo contrario a la lealtad es la deslealtad (y en último término la traición). En ocasiones es difícil determinar cuándo un comportamiento es, de manera clara y rotunda, desleal. Esto ocurre incluso en el campo jurídico empresarial cuando hablamos de competencia desleal o cuando en el ámbito laboral nos referimos a la concurrencia desleal. Pero existen prácticas y comportamientos en un club deportivo, que claramente pueden ser catalogados como desleales.
Voy a exponer, muy brevemente, tres ejemplos de comportamientos de directiva y/o cuerpo técnico que, en términos generales pueden ser considerados como desleales, que no son extraños en los clubes deportivos y que, en ocasiones (no siempre), tienen que ver con ese modelo del que hablaba al comienzo. Los voy a exponer por orden de gravedad (de los menos graves a los más graves). Obviamente todos ellos pueden tener matices, pero creo que sirven como ejemplos generales de referencia.
El primer ejemplo es el del (de la) “crítico/a desenfocado/a”. Como he señalado en reiteradas ocasiones, la crítica es algo fundamental, necesaria e irrenunciable, dentro de una organización y, por tanto, dentro de un club deportivo. Ahora bien, es importante saber dónde y cómo exponer la crítica. Pues bien, hay directivos/as y entrenadores/as en los clubes deportivos, a los que les gusta realizar su crítica fuera de los órganos y cauces establecidos; principalmente les gusta hacerlo allí donde saben que se puede hacer algo más de daño al proyecto (patrocinadores, instituciones colaboradoras, socios/as…). Una variante de esto es la de aquel/la que consensua una medida sin poner objeciones y luego se muestra crítico con ella de manera externa…
Un segundo ejemplo es el del (de la) “individualista extremo/a”. Con este término quiero aludir a aquellos/as que solo se preocupan de lo suyo (por ejemplo, el caso de un/a entrenador/a que solo se ocupa de aquello que tiene que ver con su equipo) o sólo colaboran con lo que les gusta y convence (por ejemplo, el directivo/a que “sólo está” para temas determinados…).
El tercer y último ejemplo es el del (de la) “aprovechado/a”, esto es el de aquel que utiliza el club para su propio beneficio. Así por ejemplo, es habitual que los/as entrenadores/as de un club participen en actividades de otros clubes u organicen ellos/as mismos/as actividades y/o iniciativas, sin que pueda decirse que se trata de un comportamiento desleal. No obstante, en ocasiones, se utilizan las facilidades que el club da para conseguir “clientes” o “seguidores” para ese evento y/o iniciativa… En esos casos, sí que creo que puede hablarse de deslealtad.
Podríamos seguir con otros ejemplos, pero no quiero extenderme más. Termino señalando que, lo primero que debe hacer un club deportivo es convertirse en una organización que favorezca la lealtad. Y una vez conseguido esto, lo siguiente que debe hacer es dejar de contar y/o apartarse cuanto antes de quienes son desleales. Y ello porque, así como la lealtad es consecuencia de un sentimiento de pertenencia, la deslealtad es una barrera para la extensión de dicho sentimiento.